segunda-feira

Tercer hombre

"No te pongas tan serio, al fin y al cabo no es nada trágico.
Recuerda lo que dijo Nosequien:
En Italia en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, y el Renacimiento, en Suíza por el contrario tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. Y cual fue el resultado?.... El reloj de cuco.
Hasta la vista Holly"

sexta-feira

RETRATO

Creo que foi Leonardo o que afirmou que aos cincuenta anos cada un ten a cara que se merece. Sobre ela foron (lenta pero inexorablemente) deixando as súas pegadas os sentimentos e as paixóns, os afectos e aversións, a fe, a esperanza, os desencantos, as mortes que vivimos ou presentimos, os outonos que nos desconsolaron ou abatiron, os amores que nos enfeitizaron, os fantasmas que nos visitaron (de cadáveres nos soños, de persoaxes que se deslizan, e tamén de enmascarados das nosas propias ficcións, que nos expresan e traizoan).
Eses ollos que revelan coas súas lágrimas as tristezas, esas pálpebras que se pechan por modorra ou por pudor ou astucia, ese labios que se encollen por obstinación ou por indiferencia, esas pestanas que se contraen por inquietud ou por extrañeza , que se levantan por sorpresa ou duda, esas venas que se hinchan por ira ou desexo; van delineando engurra tras engurra o deseño que finalmente a alma imprime sobre esa carne ténue e maleable do nosa face. Revelándose así a fatalidade da alma, que só pode existir encarnada e manifestándose a través desa materia que é a súa prisión pero tamén a súa única posibilidade de existencia.
Sí, ahí o teñen: retratado con cruel delicadeza e exactitude, coma un condenado entre reixas, o meu propio espírito: imaxe coa que observo o Universo.

E. Sábato






quinta-feira

EL GUARDIAN ENTRE EL CENTENO

Sección: Literatura

—¿Por qué lo has hecho? —se refería a que me hubieran expulsado. Pero me lo preguntó de un modo que me dio pena.


—¡Por Dios, Phoebe! No me digas eso. Estoy harto de que me lo pregunte todo el mundo —le dije—. Por miles de razones. Es uno de los peores colegios que he conocido. Estaba lleno de unos tíos falsísimos. En mi vida he visto peor gente. Por ejemplo, si había un grupo reunido en una habitación y quería entrar uno, a lo mejor no le dejaban sólo porque era un rollazo o porque tenía granos. En cuanto querías entrar a algún cuarto te cerraban la puerta en las narices. Tenían una sociedad secreta en la que ingresé sólo por miedo, pero había un chico que se llamaba Robert Ackley y que quería pertenecer a ella. Pues no le dejaron porque era pesadísimo y tenía acné. No quiero ni acordarme de todo eso. Era un colegio asqueroso. Créeme.

Phoebe no dijo nada, pero me escuchaba muy atenta. Se le notaba en la nuca. Da gusto porque siempre presta atención cuando uno le habla. Y lo más gracioso es que casi siempre entiende perfectamente lo que uno quiere decir. De verdad.


Seguí hablándole de Pencey. De pronto me apetecía.

—Hasta los profesores más pasables del colegio eran también falsísimos. Había uno, un viejete que se llamaba Spencer. Su mujer nos daba siempre chocolate y de verdad que eran muy buena gente. Pues no te imaginas un día que Thurmer, el director, entró en la clase de historia y se sentó en la fila de atrás. Siempre iba a todas las clases y se sentaba detrás de todo, como si fuera de incógnito o algo así. Pues aquel día vino y al rato empezó a interrumpir al profesor con unos chistes malísimos. Spencer hacía como si se partiera de risa y luego no hacía más que sonreírle como si Thurmer fuera una especie de dios del Olimpo o algo así.

—Daban ganas de vomitar, de verdad —le dije—.

(………)

Phoebe dijo algo pero no pude entenderla. Tenía media boca aplastada contra la almohada y no la oía.


—¿Qué? —le dije—. Saca la boca de ahí. No te entiendo.

—Que a ti nunca te gusta nada.

Aquello me deprimió aún más.

—Hay cosas que me gustan. Claro que sí. No digas eso. ¿Por qué lo dices?

—Porque es verdad. No te gusta ningún colegio, no te gusta nada de nada. Nada.

—¿Cómo que no? Ahí es donde te equivocas. Ahí es precisamente donde te equivocas. ¿Por qué tienes que decir eso? —le dije. ¡Jo! ¡Cómo me estaba deprimiendo!

—Porque es la verdad. Di una sola cosa que te guste.

—¿Una sola cosa? Bueno.

(…………)

. Estar aquí sentado contigo perdiendo el tiempo...

—Pero esto no es nada.

—Claro que sí. Claro que es algo. ¿Por qué no? La gente nunca le da importancia a las cosas. ¡Maldita sea! Estoy harto.

—Deja de jurar y dime otra cosa. Dime por ejemplo qué te gustaría ser. Científico o abogado o qué.

—Científico no. Para las ciencias soy un desastre.

—Entonces abogado como papá.

—Supongo que eso no estaría mal, pero no me gusta. Me gustaría si los abogados fueran por ahí salvando de verdad vidas de tipos inocentes, pero eso nunca lo hacen. Lo que hacen es ganar un montón de pasta, jugar al golf y al bridge, comprarse coches, beber martinis secos y darse mucha importancia.

Además, si de verdad te pones a defender a tíos inocentes, ¿cómo sabes que lo haces porque quieres salvarles la vida, o porque quieres que todos te consideren un abogado estupendo y te den palmaditas en la espalda y te feliciten los periodistas cuando acaba el juicio como pasa en toda esa imbecilidad de películas? ¡Cómo sabes tú mismo que no te estás mintiendo? Eso es lo malo, que nunca llegas a saberlo.

No sé si Phoebe entendía o no lo que quería decir porque es aún muy cría para eso, pero al menos me escuchaba. Da gusto que le escuchen a uno.

—Papá va a matarte. Va a matarte —me dijo.

Pero no la oí. Estaba pensando en otra cosa. En una cosa absurda.

—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?

—¿Qué?

—¿Te acuerdas de esa canción que dice, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...»? Me gustaría...

—Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno» —dijo Phoebe—. Y es un poema. Un poema de Robert Burns.

—Ya sé que es un poema de Robert Burns.


—Creí que era, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo» —le dije—, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar a donde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Phoebe se quedó callada mucho tiempo. Luego, cuando al fin habló, sólo dijo:

—Papá va a matarte.


(fragmentos extraidos de “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger)

terça-feira

BREVE INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA MODERNA


Érase una vez un mundo prós-pero se fue a tomar por culo.